La cuarta planta



Una vez te fuiste en avión a Miami por un tipo playboy porque allá hay Highways y palmeras en filas que no terminan más. Aunque no habías cruzado una frontera aún,  no habías hablado en otro idioma aún, compraste el boleto de un día para el otro. A la maana llevaste la ropa sucia al chino de la esquina que siempre está sentado detrás de la reja frente al mostrador, fuma y lee el periódico mientras  la lavadora está retumbando en el fondo. Una vez le preguntaste:
“ No puede cambiar el detergente por lo menos una vez? Desde hace tres aos mi ropa huele a esta cosa.”
“No, seora. Solamente hay un detergente, no dos.”
“Pero esta maana abrí el armario y me mareé por ese olor.  Hasta luego seor.”
Me pregunto qué  hiciste con Toto. Este gato que llamabas bebe cuando lo tuviste en tus brazos, con su piel de peluche, sus ojos verdes de terror y su nariz respingona fucsia de plástico. Cuando empezó el verano y todo era bochornoso te metiste en una baera llena de agua fría y Toto se acomodó en el lavabo. Te reíste de su cola espesa, que podías ver a través de la espuma, moviéndose. Alguna vez lo meó todo. Sólo te reíste, escuchaste a Amy Winehouse muy alto, bailaste con vino blanco helado en  el living y lloviznaste todo el depto con perfume hasta que Toto empezó a revolver la tierra de la palmera y después se decidió a saltar desde la ventana-” They tried to make me go to rehab, but I said ey no, no, no.” Después estábamos en la ventana, transpirando y estábamos felices porque habíamos salvado Toto a tiempo. Siempre cuando te tomabas unas líneas de cocaina estabas sentada debajo de la mesa blanca en tu oficina, fumabas un cigarillo tras otro y contabas historias de Gualeguaychú. Como habías dado a luz al bebé muerto, del quilombo en los bares, de tu madre depresiva y de tu cuerpo perfecto para carnaval. Creo que mucho fue mentira. No me hubiera podido imaginar como tintinearon tus pulseras sin tu laca de uas y el pucho en la boca. Contabas tanto de como llorabas para empezar o terminar tus dramas. Nunca te vi llorando pero te escuché gritando  desde la cuarta planta afuera en el cielo de la gran ciudad. Gritaste por placer cuando vino el chico de Panamá con sus labios enfadados, por rabia cuando peleaste con otro en el teléfono. No te importaba que toda la casa pudiera escucharte. “Maldito sea. Siempre tengo calor. Las ventanas necesitan estar abiertas.” Tu  albornoz blanco era cosa santa para ti porque lo habías robado en un hotel de cinco estrellas. Una noche después de haber jugado al capitán pling pling y después de habernos girado  180 grados en nuestra borrachera de cuba libre hasta que el mosaico en el suelo empezó a andar en círculos, te fuiste corriendo a la calle en tu albornoz y compraste un paquete de cigarillos. “ Un chico divino me preguntó cuánto yo cuesto.”
“ Más valiosa de lo que vos pensás mon amour.”, le dije. “deberías haber visto su cara.” Tu pelo enredado caía dentro de la capucha del albornoz.  De cierta manera tuviste tus principios. “ Los tipos primero no me vienen a mi casa. El hotel lo elijo yo.”  El hotel “sunset” en frente del quiosco boliviano te produjo pesadillas porque la pieza estaba llena de espejos y tu cuerpo desnudo te había perseguido por todos lados. “Quién querrá verse desde arriba? Boluda, no te imagines el miedo que tuve.” De tanto susto después de tu quick  habías pedido cinco paquetes de chicle fucsia a la boliviana con las tetas monstruosas. Nos los comimos una noche de domingo abandonado juntos con un prosecco dulce en el techo de la estación de petróleo y miramos el anuncio luminoso del “sunset” hasta que se nos espumaron las bocas.
 Siempre sabías identificarte  con las mujeres de Chabrol. Cosa de tragedia. Y te hubiera gustado ser francesa. “Ves. La vida de una bohemia tiene que terminar triste.” Dijiste una vez  cuando salimos después de la peli con nuestras panzas de popcorn a la calle para esperar a un taxi.
Recibí una postal de Miami. Está escrita con rotulador rojo y muestra una fila  de palmeras perennes sinfin. “ Los yankees son unos tontos pero hay algunos chicos lindos aquí. Te extrao a vos y a Toto.
” Me pregunto cuando vas a volver. “ They tried to make me go to rehab, but I said ey no, no, no.” Antes siempre me dejaste mensajes debajo de la puerta. “ Me siento fatal. Veníte cuando vuelvas.” Cada vez  pensé que iba a  encontrarte destruída, pero cuando toqué la puerta de vuelta había música alta, humo, llamadas telefónicas, risa y Toto con algo exquisito entre sus dientes. Puerta 28. Cuarta planta. A entrar.
“ Esta casa es maravillosamente dramática.”, has dicho siempre y contaste del hombre joven que había saltado desde la ventana como Toto y había envuelto el pasillo entero en rojo. Tan rojo que la portera  no podia hacer nada contra ello a pesar de haber fregado por días.

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